Bolivia se describe a menudo como un mosaico de la tierra: Desde los Andes, con más de 6.500m de altura y nieves perpetuas, el Altiplano de 3.000 a 4.000m de altura, el lago Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, y el Salar de Uyuni, el lago salado más grande del mundo, hasta las sábanas húmedas y secas y los desiertos arenosos, pasando por los fértiles valles subtropicales y la selva tropical, Bolivia combina todas las zonas climáticas y de vegetación, sólo faltando el acceso al mar. Bolivia perdió el Litoral, su franja costera original, a manos de Chile en la Guerra del Pacífico a finales del siglo XIX.
En 2014, La Paz fue nombrada una de las Siete Maravillas del Mundo por iniciativa de la New Seven Wonders Foundation y desde entonces lleva con orgullo el epíteto de “Maravilla”. Desde nuestro punto de vista, esta es una caracterización muy acertada, ya que la ciudad andina ejerce una fuerte fascinación por su montaña, el Illimani, y una mezcla única de influencias culturales indígenas, coloniales y modernas.
La Paz, sede del gobierno boliviano, cuenta con más de 800.000 habitantes; junto con la ciudad vecina de El Alto, las dos ciudades forman la conurbación más poblada de Bolivia, con 1,8 millones de personas. Mientras que en La Paz un mar de casas se extiende sobre altitudes de 3.100 a 4.100m, El Alto se encuentra en una meseta de más de 4000m. El Alto es el antiguo barrio pobre de La Paz y se ha convertido en una de las ciudades de mayor crecimiento del mundo debido a la fuerte inmigración desde los años 80. El Centro para la Participación y el Desarrollo Humano Sostenible (CEPAD) estima que el 90% de la población de Bolivia vivirá en las cuatro ciudades más grandes del país en 2032 (previsión a finales de 2019).
Las zonas residenciales de La Paz y El Alto muestran una clara correlación entre la altitud y el estatus social: cuanto mayor es la altitud, más pobres son l@s habitantes. A pesar de la relativa proximidad al ecuador, la extrema altitud hace que las temperaturas nocturnas descienden a cero grados durante todo el año, por lo que relativamente pocas personas viven exclusivamente en la calle.
En el Índice de Pobreza Multidimensional 2020 de las Naciones Unidas, Bolivia ocupa el último lugar en la comparación sudamericana (no hay datos disponibles de Venezuela). El 73,2% de la población trabaja en el sector informal (informe de la ONU de mayo de 2020) y, por lo tanto, no está registrado oficialmente en el mercado laboral. Trabajan, por ejemplo, en la venta ambulante, como lustracalzados, lavadores de autos o artistas callejer@s. Las condiciones de trabajo suelen ser malas, pero se aceptan porque no hay alternativas y la gente necesita los ingresos diarios para subsistir. Debido a la pandemia causada por el virus COVID-19, la situación de muchas personas en el sector informal es muy crítica. En mayo de 2020, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estimó que, debido a las estrictas medidas de cuarentena de las primeras semanas en Bolivia, sus ingresos habían disminuido hasta un 81%. Trabajar en una oficina en casa y, por tanto, aislarse no es posible. La gente se enfrenta a la opción de ganar dinero para subsistir, combinada con el riesgo de contraer el virus COVID-19, o quedarse en casa y pasar hambre. Además, much@s de ell@s no viven en un entorno residencial donde sea posible el “distanciamiento social”. El sistema estatal de bienestar y salud está poco desarrollado y las prestaciones de la seguridad social sólo están al alcance de un pequeño porcentaje de la población.
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